Trece años después del estreno de ‘Toy Story’, la supremacía de Pixar en el campo de la animación está más que probada. En cada nueva película siempre intentar ir un paso más hacia delante, arriesgándose en todo momento y dejando el listón a unas alturas inalcanzables para el resto de los mortales. Tanto es así, que cuando un film de Pixar no es una obra perfecta, como lo son muchas salidas de la factoría, ya tenemos la sensación (equivocada) de estar ante una mala película, cuando en realidad no es así. Me explico con un ejemplo: para un servidor la peor película salida de la Pixar es ‘Bichos’. Pero es que ‘Bichos’ es una gran película, un magnífico film lleno de vida y entusiasmo, que no alcanza el nivel de por ejemplo ‘Toy Story 2’ o ‘Ratatouille’.
Le sucedió algo parecido a ‘Cars’, deliciosa de principio a fin. Y lo mismo creo que sucede con ‘WALL-E’. Y ojo, en ningún momento hablo de malas películas, todo lo contrario. Pero hay algo en el nuevo trabajo de Andrew Stanton, tras la perfecta ‘Buscando a Nemo’, que se me antoja reprochable, e incluso puede verse como una pequeña señal de alarma para futuros proyectos. ‘WALL-E’, siendo una grandísima película, a ratos (bastantes) magistral, ofrece una muy innecesaria concesión al espectador, que mira tú por donde son niños a los que no hay que defraudar (Pixar choca de frente con su principal público y cede ante él).
SPOILER. Y me voy directamente a lo que particularmente me ha molestado sólo un poco. En esa parte final en la que Eve reconstruye a WALL-E se plantea la posibilidad de que éste haya perdido toda su memoria. Impactante, increíble, de aplauso. Pero se comete el error (visto desde cierto punto de vista argumental, porque desde la perspectiva de un niño, al que va dirigido principalmente la película, es totalmente lógico) de despachar el tema precipitadamente, devolviendo todos sus recuerdos al robot en una escena que casi es un pegote. FIN SPOILER.
Y nada más. Repito hasta la saciedad, reitero una y otra vez que me parece un fallo minúsculo en una obra donde todo lo demás es absolutamente perfecto y de un riqueza en matices asombrosa. Pixar demuestra haber alcanzado una madurez plena a la hora de plantear sus proyectos, lo cual puede convertirse en un arma de doble filo en el futuro (si cada vez intentan satisfacer más a los adultos, ¿qué pasará con los niños?). La primera media hora del film es una prueba de ello. Sin diálogos, que no sin sonido, ‘WALL-E’ nos muestra un mundo desolado, destruido por nuestra propia desidia y descuido hacia la naturaleza. En él, un pequeño robot no ha dejado de trabajar durante 700 años, y en su soledad ha creado su propio mundo, lleno de objetos inservibles a primera vista, y las imágenes de un musical que le hacen añorar lo que añoramos todos: el cariño de otro ser a nuestro lado.
El dibujo de Wall-E, prodigio de diseño (mezcla del famoso número 5 de ‘Cortocircuito’ y los robots de la inolvidable ‘Naves misteriosas’, una de las películas que han tenido presente durante el rodaje los responsables del film) hace que el robot sea uno de los personajes más carismáticos de todos cuantos han salido de la factoría Pixar/Disney. Su comportamiento, totalmente humano (yo diría incluso más que humano) hace que nos sintamos identificados enseguida con él. Como un verdadero Chaplin del futuro, Wall-E nos roba literalmente el corazón, y nos habla a través de su aventura de multitud de cosas: desde el amor, la amistad, la superación personal, el no rendirse jamás, y hasta se permite una brutal crítica al ser humano en general. Dicha crítica, repito, brutal, va de la mano con la ansiedad del personaje central por coger de la mano a Eve. Si en lo primero, el cuidado de una pequeña planta puede salvar toda la naturaleza (mensaje que un niño pillará sí o sí, aplauso para su guionista), en lo segundo, el simple hecho de cogerle la mano a alguien puede colmar todos los deseos y sueños de todo aquel que busca cariño. Dicho en otras palabras, basta muy poco para ser feliz y hacer las cosas bien. Simplemente hay que molestarse en hacerlo.
‘WALL-E’ posee un ritmo maravilloso, perfecto. Si en la primera media hora, todo transcurre con una aparente lentitud necesaria, donde el robotico deja bien claro cómo es y trabaja, en una segunda parte, el film coge la velocidad de otras producciones Pixar, y aunque exista cierta sensación déjà vu, el film no ofrece el más mínimo respiro. La crítica al ser humano se hace más terrible, la aventura culmina por todo lo alto, y el espectador asiste con lágrimas en los ojos, a un espectáculo de primera y que tardará mucho tiempo en borrarse de nuestras retinas. Una vez más, Pixar, con Andrew Stanton esta vez al frente, pone en marcha todos sus mecanismos para hurgar en las emociones del espectador como pocas veces han hecho.
Una cuasi-obra maestra en la que brilla con luz propia el impecable trabajo de Ben Burtt, técnico de sonido, que ha creado todo un tapiz de ruidos para la película, cuidando hasta el más mínimo detalle. El creador del sonido del sable luz más conocido de la galaxia cinéfila, bien podría hacerse con el Oscar a los efectos de sonido en la próxima entrega de los premios. Porque el de mejor película de animación, y el ansiado premio para el siempre olvidado Thomas Newman, están más que cantados.
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